CRíTICA DE 'TAROT', UNA SINCERA FERIA DE SUSTOS Y MONSTRUOS

Lo que era en la (injustamente) vapuleada 'El Exorcista. Creyente' para su director y co-guionista, David Gordon Green, más que una frase en la película ("a veces para avanzar debemos retroceder") y sí el hermanarse vía consanguínea con el clásico de William Friedkin (y el cine de terror de perturbadora densidad de los años 70), es en la nada densa y sí un golpear en la cara 'Tarot' un tomar impulso retrocediendo desde una fase festivalera y adolescente del horror, en la cual seguimos instalados, sita en la década ochentera y noventera para avanzar hacia una feria de sustos y monstruos sin necesidad alguna de disfrazarlo todo (de justificarlo todo) con lecturas (irritantes) sociales y dramatis personae de ridícula coyunturalidad.

'Tarot' muestra sus cartas desde el minuto uno. Ese prólogo "mitológico" que hermana, sin ningún tipo de pudor (no le pidamos eso al cine, menos aún al de terror) a 'Terroríficamente muertos', la superior, desvergonzada y con retroceso cartoon para un avance posmoderno, primera secuela de 'Posesión infernal', de Sam Raimi, con los chutes astrólogos televisivos de madrugada de Esperanza Gracia, no deja lugar a dudas de que estamos en un territorio donde todo vale y todo es tan deliberadamente absurdo e ¿involuntariamente? cómico que cualquier prejuicio desaparece, y nosotros, con el nivel neuronal en standby (ya nos lo saturarán Ari Plaster y sus grupis), no tenemos más que ir dando la vuelta a cada naipe maldito para ir anticipando la siguiente muerte bizarra del adolescente cretino de turno.

Liberada de cargas metafóricas y coartadas de ceja alta y meñique enhiesto, la ópera prima como directores de Spenser Cohen y Anna Halberg es el solitario ese que nos parecía lo más en los primeros ordenadores personales, un placer culpable, simple pero adictivo. Bañado en sangre y con la concurrencia de un zodíaco de criaturas gomosamente deformes y grotescas, una gozada para quienes nos aburrimos como ostras blumhousianas con la reciente (velozmente olvidada) 'Imaginary', y un flashback a monstruos en el armario, puertas en el suelo de jardines y exhibiciones en museos.

'Tarot' es el 'Wishmaster' que apadrinó Wes Craven, y es la 'Witchboard' que nos legó para la posteridad de la sala de reestreno y del videoclub de extrarradio Kevin S. Tenney. Excusa, de chiste, sobrenatural que da paso a una cadena de muertes churriguerescas, más que en la escuela de la fantástica franquicia 'Destino final', en la tradición de las más exploits setenteras de 'Diez negritos' y 'El gato y el canario'. El esquema de la novela de Agatha Christie (que curiosamente fusilaba otra, escrita casi diez años antes, 'The invisible guest', llevada al cine por Roy William Neill en 1934 con el título 'The ninth guest') es un referente confeso de la pareja de directores y guionistas (y perdón si eso da pie a un spoiler… que se adivina enseguida), llevado hasta sus últimas consecuencias y potenciando todos y cada uno de los tópicos: casa abandonada con letrero de "No pasar"; habitación sellada con advertencias de no entrar en ella; baraja tarotista malrrollera cerrada bajo siete llaves; manual de advertencias letales astrológicas; puertas que chirrían; expertos en maldiciones que no llevaría ni a sus programas Íker Jiménez; banda sonora a todo volumen (y el imprescindible y bis Joseph Bishara en el score) y un as en la manga por si se tiene la suerte de empezar una saga.

El desarmante descaro de 'Tarot' por llenar su justita hora y media de metraje comienza desde el instante en que adquieren los derechos de una novela deliciosamente trash de los 90 ('Horroróscopo', de Nicholas Adams), que ni siquiera era fantástica, y sí un psychothriller con asesino en serie trabajando según los signos del Zodíaco, y la transforman en un desfile de criaturas, violencia gráfica e irrelevantes diálogos para besugos. Pura estrategia VHS de décadas con el género en mejor, promiscua y venérea salud.

Por supuesto que 'Tarot' no es una gran película. Tal vez ni sea una buena película. Pero lo que sí es es la película de sustos y cafradas que no se preocupa en serlo. En ser solamente eso. Si hay que leerle el futuro al género, prefiero que sea al estilo Rappel que al de un semiólogo de Cahiers.

Para tarotistas de barraca de feria.

Lo mejor: nunca, ni cuando es lo más básico del mundo, pretende más que asustar.

Lo peor: pretender que sea otra cosa de lo que en realidad es.

2024-05-10T12:45:03Z dg43tfdfdgfd