LAS CANCIONES DE NUESTRA VIDA

En Balaídos, esa sinfonía, hay canciones que alivian y hay canciones que salvan. Canciones que relatan y palpitan. Canciones de fiesta y funeral. El celtismo se retrata en sus canciones igual que en sus silencios, que son otra canción. El coro celestial entona su fe y su euforia. Refuerza su esperanza y anticipa su salvación. Cada partido del Celta se oficia como una misa cantada. Hosanna en esta tierra.

Las canciones se sujetan a su época o la trascienden. Arraigan o se mustian. Se someten al viento o lo cabalgan. Desde la megafonía se promueve el “Sweet Caroline”, que atraviesa latitudes y deportes desde que la adoptasen los Boston Red Sox. También el “Sarà perché ti amo”, que llega desde San Siro expurgado de la ofensa al “porco juventino”. Tonadas de estribillo pegadizo, que disponen al jolgorio.

Las nuevas tendencias conviven con las tradiciones. Sigue renovándose la eterna promesa de un tío a su sobrino en A Foliada de Río. Keltoi, tan clásico casi ya como A Roda, ha escrito himnos como “1923” y “Unhas cores, un sentimento”. Criaturas de existencia autónoma, que también viven incrustadas en la genética y la letra de “Oliveira dos cen anos”. Suceda lo que suceda, constituye sin duda el gran patrimonio del centenario. Funciona como un ritual de limpieza que precede al partido. Los aficionados se lavan las dudas y los enfados. Renuevan su pacto con el equipo y entre sí. Se recuerdan a sí mismos que esta muerte se asume e incluso se desea.

Oliveira incluye una coreografía precisa, de bufandas alzadas y agitándose, golpes de pecho y aturuxos, que asombra al ajeno. Pocos duelos de cromatismo tan bello como un Celta-UD Las Palmas en una mañana soleada de abril, con esa misma meteorología reflejada en las camisetas. Numerosos hinchas canarios se desplazaron a Vigo, mezclándose amigablemente en los bares y las gradas, más allá de la específica visitante. Muchos de ellos capturaron el Oliveira con su teléfono móvil. Y aunque se entristecieron finalmente igual que se ilusionaron primero, hasta los hubo que se unieron al “que bote Balaídos”. Alegrías del carácter isleño y privilegios de la clasificación desahogada.

Ya no se acordaba el celtismo de una victoria tan holgada, a la vez que importante, y con tanto tiempo para el desparrame sonoro. La circunstancia apropiada para recuperar las costumbres de los días felices. El “Miudiño” legalizó la “borracheira” de goles. El “Aspas on fire” homenajeó por enésima ocasión al ídolo. Un “Ceeeelta Vigoooo” de sordina en cuclillas a bramido en salto. Hubo referencias a Benítez y su finiquito; también al rival norteño. Y al fin, esa Rianxeira que desde los años noventa anuncia la gloria.

El Celta es deporte, cultura, economía; identidad, comunión, espectáculo; pasión, cálculo e historia... También música. Un revoltijo de notas dispersas en el tiempo y el espacio, que se ordenan sobre el pentagrama. El jaleo se cierra con el himno oficial. Lo cantan 21.000 gargantas al unísono, como lo hicieron tantas otras que ya se han ido, aunque pervivan en el eco, y lo harán las que están por venir. El Celta se conjuga en sus canciones. Y todas son las de nuestra vida.

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